miércoles, agosto 17, 2016

BESAR LA TIERRA

 María Jesús Sánchez Vallinoto


Descubrí hace un tiempo que me gusta escribir, me gusta poner en un papel lo que me gusta, o me inquieta, o me molesta. De vez en cuando mando alguna carta a un periódico local y, curiosamente, han publicado más de una. Será que lo que me bulle por dentro debe ser relativamente interesante para más de uno; pero fundamentalmente escribo para mí. Para dejar constancia de lo que siento. Podría reformular el famoso dicho: “siento, escribo, luego existo”.

Llevo varios días pensando cómo concretar y seleccionar alguna de las ideas y sentimientos que bullen en mi cabeza y en mi corazón. De pronto me viene alguna idea muy general sobre la sociedad de consumo -a la que pertenecemos y alimentamos día a día con nuestras prácticas consumistas- que va matando la Tierra, este planeta hermoso que nos ha visto nacer, mientras la inmensa mayoría hacemos muy poca cosa por remediarlo; también se me ocurre, en relación con lo anterior, algo más particular acerca de los comportamientos diarios que debemos cambiar -de manera imperativa- si queremos aportar un grano de arena a la posible solución de los problemas que sufrimos con el cambio climático; incluso me ronda la idea de darle un enfoque teológico a esta problemática planteando nuevamente la necesidad de una metanoia integral, de tal manera que los cambios en nuestros pensamientos, actitudes y comportamientos respondan a un compromiso vital con el medio ambiente desde la condición de creyentes en un Dios Creador.

Desde otra perspectiva, más afectiva,  me vienen ideas acerca de una cultura que me ha enamorado toda la vida y que considero tiene una relación con la creación digna de conocer y apreciar. Me refiero a la cultura Islámica. Llevamos mucho tiempo bombardeados por los medios de comunicación con imágenes sobre las revueltas, primaveras, ataques terroristas, yihadismos, estado islámico y no sé cuantas palabras más, todas con connotaciones negativas y violentas.  

¡Qué pena con el Islam! Qué pena que una fe -cuyo nombre en árabe viene de la misma raíz salam, paz- y que nos propone la aceptación de la voluntad de Dios porque es Justo, Clemente y Misericordioso, qué pena me da –repito-, que hoy en día tengamos esta religión y esta cultura asociada a la muerte y la violencia.

Desde una perspectiva medio ambiental, me gustaría escribir sobre la relación armoniosa y respetuosa  del Islam con la naturaleza; descubriendo esta relación a través de una mirada atenta sobre la arquitectura que desarrollaron los musulmanes a lo largo del tiempo y del espacio, recogiendo usos de materiales y técnicas en las que integraron todo un saber, un apreciar y un creer en un Dios Único y Creador. Quisiera poder explicar cómo la arquitectura islámica valora  la naturaleza de tal manera que la integra constante y armónicamente en las construcciones, desarrollando magníficos jardines en palacios y mezquitas  o pequeños patios interiores en viviendas sencillas; de tal manera que el gran jardín o el pequeño patio se convierten  de manera simbólica en una imagen idílica al hacer presente en la vida cotidiana el destino final de los creyentes: una tierra fértil, exuberante, con ríos, arboles, flores y frutos. Es decir, el Paraíso.

Sin embargo, ahora, escribiendo en estos momentos sigo sin estar segura sobre cuál de estas ideas es hoy mi fuente de inspiración. Picasso ya nos avisó que la imaginación existe pero que nos tiene que “encontrar trabajando”.

Hace algunos días fue asesinado un sacerdote en un pequeño pueblo francés mientras oficiaba misa. Otra vez el despliegue de información. Nos contaron que el asesino había gritado “allah akbar”, es decir, era un terrorista musulmán. A pesar de que el Papa Francisco dijo inmediatamente: “no hay guerra de religiones, hay guerras de intereses” económicos y políticos, los medios de comunicación siguieron “dale que te pego” con lo mismo (perdón por la expresión tan coloquial). Estado Islámico para arriba, Estado Islámico para abajo.

Luego se ofició en la catedral de Rouen el funeral del sacerdote asesinado. Y, ¡oh cosa curiosa! Los medios apenas nos contaron que dirigentes religiosos musulmanes y creyentes musulmanes –además de otras confesionalidades- participaron en la ceremonia religiosa católica. Las imágenes se vieron en la televisión, pero pocos medios audiovisuales o escritos subrayaron la importancia de ese gesto: Repudio a la barbarie venga de donde venga; unión y fraternidad ante el dolor y la muerte. La mayoría no lo mencionó[1]. ¡Qué triste! Qué responsabilidad la de los medios con esos silencios cómplices.

Este gesto de la comunidad musulmana me recuerda otro gesto; una imagen  que vi en la  televisión hace un tiempo: emigrantes sirios besando la costa de algún lugar del Mediterráneo oriental  donde tuvo la fortuna de llegar la balsa en la que se jugaron la vida huyendo de su tierra destruida por la violencia de una guerra injusta y cruel. La noticia en el periódico decía: “en cuanto toman tierra, los emigrantes sirios besan el suelo”.[2] La foto del periódico es una película en cámara lenta: saltar a tierra, besar la tierra, alzar los brazos bendiciendo a Dios. Seguramente si la película fuera sonora oiríamos la proclamación: “allah akbar” (Dios es Grande). Y no son terroristas, son refugiados huyendo del horror y la muerte, buscando la vida que la guerra (de intereses económicos y políticos de otros) no les permite vivir en su tierra.

Sí, “Dios es Grande” y nosotros somos muy, pero que muy pequeños. Más pequeños que el niño Sirio que nos hizo llorar a todos cuando su cuerpo sin vida apareció una mañana ahogado en las costas de Turquía “besando la tierra”[3]. Después supimos que  llamaba Aylan Kurdi.


Cuando miro  su cuerpo sin vida boca abajo, con sus labios pegados a la arena de la playa me atrevo a decir que Aylan apareció “besando la tierra”; porque el viaje de esta familia siria, que se inició huyendo de su tierra para buscar otra en la que vivir en paz, terminó en una playa turca donde se inició la eternidad para este pequeño creyente en un Dios Justo, Clemente y Misericordioso. Porque de alguna manera, ya fuera del tiempo y del espacio, Aylan fue recibido en el Paraíso y seguramente, al llegar, “besó la tierra” de ese jardín fértil y exuberante que lo acogerá por siempre.

¡Cómo nos conmovimos todos ese 2 de septiembre de 2015! ¡Qué titulares! “El cuerpo muerto de un niño en playa turca genera conmoción”, “Niños ahogados, la imagen más horrorosa de la tragedia del Mediterráneo”, “Diarios británicos llaman a Cameron a actuar rápido”. Parece que no oyó la llamada, porque casi un año después todo está igual: Niños, jóvenes y adultos siguen “besando la tierra” en las costas, en las calles de las ciudades sirias, iraquíes, turcas, afganas… destruidas por la guerra.

No, todo no está igual,  está peor; ni siquiera está Cameron y ahora la alabanza al Dios de la vida –según los medios de comunicación- es el signo de ser terrorista.

Otro día estaré más ambientalista.





[1] En Internet se puede ver cómo lo narran  El Tiempo, la agencia efe, Clarín, La Vanguadia, cnnespañol y aciprensa.
[3] http://www.larazon.es/internacional/varios-ninos-fallecen-ahogados-tratando-de-llegar-a-grecia-EF10620631#.Ttt133H64Q9H67s. 09,02, 2016
Fotos:  http://www.eldiario.es       y      www.periodistadigital.com

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