EN BUSCA DEL TESORO:
turno para las Iglesias…
Por: ALIRIO CACERES AGUIRRE
Diácono Permanente
acaceres@javeriana.edu.co
Diácono Permanente
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A mediados de mayo, se realizó un Encuentro de Experiencias de Acción Colectiva desplegadas respecto a la exploración y explotación de la naturaleza a través de los llamados Megaproyectos Mineros[1]. Esta iniciativa fue liderada por la Pontificia Universidad Javeriana, con el respaldo de varios proyectos, redes y organizaciones dedicadas a la reflexión y acción en torno a los impactos y transformaciones de la minería en los diferentes ecosistemas y asentamientos humanos del país.
Tomado de http://noviolenciacolombia.com.co/2011/04/encuentro-accion-colectiva-y-megaporyectos-mineros/
Voceros de comunidades del Cauca, Chocó, Santander, Guajira, Tolima, Bogotá, entre otros, fueron relatando las situaciones que han afrontado con la llegada de las grandes empresas mineras a su territorio. En general, se observaron tres tendencias: la oposición radical a cualquier iniciativa de explotación, la negociación a cambio de bienes y servicios, y el sometimiento a las nuevas políticas económicas. En cada una de estas posturas, interactúan aspectos socio-culturales como por ejemplo cosmovisiones y sentidos sagrados de la naturaleza; aspectos éticos referidos a la preocupación por la sustentabilidad y la validez de los métodos utilizados para conseguir los fines, y aspectos legales fundamentados en los derechos consagrados en la Constitución Nacional de 1991 y el Derecho Internacional Humanitario.
Sobre este último punto, el Encuentro suministró abundante orientación puesto que ante el anuncio (a veces oficial, otras veces de “facto”) que el subsuelo será objeto de estudio preliminar o de explotación, las comunidades reaccionan buscando defensa de su integridad y del entorno biofísico en el cual habitan. Dado que hay una directa correlación entre los sitios de mayor riqueza y la presencia de comunidades ancestrales, el conflicto de fondo se plantea desde una abismal diferencia entre el significado, valor y uso de la naturaleza, ya que lo que para algunos es un sujeto (Madre Tierra) para otros es un objeto (“Recursos Naturales”). En ese contexto, el Derecho Ambiental se suma a otra serie de instrumentos que tienen las comunidades para hacer oír su parecer. En el Encuentro se socializaron acciones inspiradas en la No-violencia activa, uso de las redes sociales y piezas publicitarias para sensibilizar a la población sobre el conflicto que ha ocasionado asesinatos, intimidación, desplazamiento, apropiación indebida de títulos de propiedad, deforestación, contaminación, es decir escandalosos atropellos a la dignidad humana y de la naturaleza.
Otro de los análisis tiene que ver con los principios y grados de negociación. Para algunos, es inadmisible la explotación minera por ser una manera equívoca e insostenible de “desarrollo”. A las voces provenientes de las culturas indígenas, se suman cifras desde la economía ambiental que desenmascaran la falacia de la llamada “locomotora minera”. Para otros, en cambio, hay que reconocer los avances de las empresas a nivel de responsabilidad social y ambiental, hacer valer los D.D.H.H, confiar en los adelantos tecnológicos y los mecanismos legales, y obtener beneficios representados en programas para generar empleo o comercializar productos, mejorar la calidad de la educación, salud o vivienda, en contraprestación de la explotación minera. Una tercera postura, cede ante la presión del modelo occidental y termina aceptando, sin más, el avasallante ritmo de la obtención de capital a costa de la biodiversidad de la naturaleza y las tradiciones étnico- culturales.
A este debate, se agrega el escandaloso contexto de corrupción del país que tiene un nuevo episodio en la llamada “piñata” de otorgamiento ilegal de títulos mineros y las exigencias internacionales para que las grandes empresas sean transparentes en los informes contables con el fin de evitar que los dineros de las regalías sean desviados y las zonas más ricas en bienes naturales sean, a la vez, las más empobrecidas.
Pero, el problema no es sólo si se explota de manera inadecuada la naturaleza, sino si lo hacen las grandes empresas o los pequeños mineros. Así, por ejemplo, en algunas zonas, las comunidades se polarizan por esta razón. Pero, sea que los yacimientos sean explotados de manera autónoma y artesanal por los nativos de lugar, o sean contratados como obreros por la gran empresa, el conflicto de fondo se mantiene, al convertir la naturaleza en capital pues se supone que ese es el motor del progreso.
Por supuesto, el dilema ético es de inmensas proporciones. Lo que está en juego es la vida misma. De ahí que sea necesario preguntarse sobre el papel que están jugando las instituciones que han contribuido a nutrir la reserva espiritual de la humanidad durante siglos. Si este debate no se agota en instancias del gobierno ni estructuras estatales, si ya son muchos los movimientos ciudadanos, actores académicos, gremios, ONGs, quienes se han pronunciado al respecto. ¿Dónde están las tradiciones religiosas con su perspectiva sobre la vida? Y en concreto, ¿Cuál ha sido el papel del cristianismo, tanto católico como protestante, mientras todo esto acontece (cf. Lc 24, 18)? ¿Cuál es la posición de la Iglesia en este debate?
Para responder la pregunta, hay aclarar qué se entiende por cristianismo y qué comprendemos por iglesia. Esto es necesario debido a que la mayoría de los medios de comunicación, reducen la Iglesia a las instancias de la Jerarquía eclesiástica, por lo que la pregunta podría circunscribirse a los pronunciamientos oficiales de los ministros ordenados frente al dilema que afecta a la población y atenta contra la obra del Creador. Pero en un sentido amplio, alguien podría afirmar que en estos movimientos ciudadanos que lideran acciones colectivas, hay laicos comprometidos, personas que beben del Evangelio de Jesús, la valentía para defender la vida en abundancia que el Señor ofrece (Jn 10,10) incluso con el riesgo de ofrendar su vida misma.
Sea cual fuere la comprensión de Iglesia, el interrogante va dirigido a rescatar la dimensión ecológica del cristianismo. Si a la pregunta ¿Qué está pasando con los mega-proyectos mineros? se adiciona ¿Por qué pasa lo que pasa? es necesario también cuestionar ¿Dónde está Dios mientras pasa lo que pasa? ¿Dónde está el Creador mientras su Creación es arrasada y sus creaturas son asesinadas? En esta óptica, la reflexión teológica sobre la cuestión ecológica será inspiradora de criterios de acción y fuente de discernimiento de valores que conduzcan a la sociedad a un buen vivir, a descubrir el verdadero tesoro.
De este modo, la pregunta ¿Dónde estás tú mientras pasa lo que pasa? puede tener referentes de respuesta en la Revelación del Dios del Amor a través de la Sagrada Escritura, el Magisterio y los aportes de la Teología contextual. Se intuye que no es un camino fácil pero si muy urgente, por lo que una sana ecoteología tiene que derivar en directrices para actuar y transformar el mundo según el querer del Dios. El ¿Qué debemos hacer frente a esto que está pasando? ¿Cuál es el aporte concreto de una persona cristiana frente al conflicto con los megaproyectos mineros? invita a conocer más de fondo la realidad del problema y a la creativa toma de decisiones para ser coherentes con el Evangelio, pues por lo escuchado en el Encuentro de Mayo, los cristianos estamos llegando tarde a la cita, o fallamos por prejuzgar las acciones políticas de quienes pretenden defender los intereses de las víctimas o simplemente adoptamos un silencio cómplice o una indiferencia asesina, mientras otros lanzan los dados de la muerte.
Ahora que nos toca el turno, es imprescindible rescatar no sólo la certeza bíblica de la Creación o la promesa cristológica del final de los tiempos, sino la actitud profética de quienes comprenden que denunciar la injusticia ya es un paso para hacer vida la premisa “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados Hijos de Dios” (Mt. 5,1-16)
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