viernes, septiembre 16, 2011

ARTE Y ECOTEOLOGIA

La tierra entera deberá ser re-santificada a nuestra vista:

el color sagrado debe cambiar del violeta celestial al verde terrenal.

Lloyd Geering

Teólogo, Nueva Zelanda



Hace algunos años, cuando era profesora de arte y literatura, una de mis jóvenes alumnas preguntó con cierta ironía si lo que les estaba enseñando servía para algo. Yo le respondí: ”Para nada, como no sirven para nada las noches estrelladas de Villa de Leyva, pero ¿cómo sería nuestra vida sin ellas?”.

Creo sinceramente que no es pertinente pensar en utilidades cuando se aborda el tema del arte; la belleza, el gozo estético, las emociones que nos proporcionan unas estrellas, un amanecer o una puesta de sol, a pesar de no tiener un valor utilitario, han sido apreciadas y valoradas por el ser humano desde lo más remoto de nuestra existencia  por el placer que produce la belleza que se ha percibido a través de los sentidos, una  belleza que sin duda es inherente al mundo: “lo  bello es una manifestación de las fuerzas secretas de la naturaleza“ afirmó Goethe.

También creo que el arte -como ejercicio de creación humana- tiene  que ver con la apreciación y valoración de lo bello y lo divino en la medida que hacia allá apunta lo plenamente humano. Puede que esta afirmación sorprenda a más de uno por parecerle muy clásica, ya que a partir del Romanticismo del siglo XIX y especialmente desde la aparición del Impresionismo y las Vanguadias del siglo XX, el arte contemporáneo ha revaluado estos conceptos y ha delimitado su propio campo, de tal manera que hoy por hoy, prima la expresión, la fuerza expresiva, sobre cualquier otro valor, quedando relegados lo bueno y lo bello a un segundo o tercer plano como objeto a alcanzar para un artista; sin embargo, todo artista sabe que lo estético es aquello que produce emoción, que conmueve y esto lo puede generar tanto un paisaje bello como una escena desgarradora de guerra y violencia o el dolor y la enfermedad; pienso en los paisajes de Turner, los desastres de la guerra de Goya o los autorretratos de Frida Kahlo -por dar tres ejemplos muy conocidos-. Entonces, ¿me estoy contradiciendo? No. Porque el asunto tiene que ver con lo que entendemos por humano y divino. ¿Son dos realidades radicalmente distintas, la una arriba y la otra abjo o realmente no hay fronteras definidas?

Separar lo divino y lo humano, originó el problema fundamental de la cultura occidental cristiana cuando ésta fue víctima de la influencia del platonismo que había introducido una escisón entre estas dos realidades,  asociando lo ideal y  lo bello  con lo divino, y lo humano con el mundo terrenal de los sentidos que sólo podría ser bello si reflejaba con fidelidad lo ideal; como consecuencia natural de esta división fue surgiendo un cierto desprecio por el mundo sensorial con consecuencias significativas en la vida y en las artes, a pesar de que tanto en el AT como en el NT la belleza y el bien de este mundo son obra de Dios; así, vemos que el Génesis reitera a lo largo del relato de la creación que todo lo que Dios iba creando era bueno; de la misma manera el evangelio nos cuenta cómo Jesús exalta  la belleza de origen divino de los lirios del campo  Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos” (Mt 6,24). Según esto,  podríamos afirmar que no existe nada mejor que el mundo –obra de Dios- y que toda la naturaleza, revestida de belleza por el creador, es digna de aprecio y alabanza; pero como afirmamos arriba el arte occidental cristiano se expresó más bajo parámetros filosóficos  neoplatónicos que desde una verdadera concepción de la realidad judeo-cristiana.

Desde esta perspectiva creyente podemos  decir que la belleza que percibimos con nuestros sentidos no es apenas el reflejo de un mundo ideal o divino, sino que tiene consistencia en sí misma porque lo divino y la realidad terrenal se funden diluyéndose sus límites. Entonces surge otra pregunta: ¿Qué es la realidad y desde dónde la interpretamos en el campo de las artes?

El mundo es una realidad física, pero también es realidad histórica, social, cultural y política. Esta realidad múltiple y compleja llena de alegrías y tristezas, de esperanzas y frustraciones es la que el artista ve, siente, interpreta y transforma: “Ya no pintaré más interiores y gente leyendo y mujeres haciendo punto. Pintaré seres que respiran, sienten, sufren y aman. […] El espectador tomará conciencia de lo que en ellos hay de sagrado, se descubrirá como en una iglesia” (Edvard Munch)

¿Creeremos, entonces, que hay belleza en un cuadro que nos plasma al hombre desolado,  a la naturaleza herida de muerte? La respuesta será afirmativa  en cuanto que esa realidad se haya mirado con los ojos del espíritu; y será afirmativa en cuanto que el pintor haya pintado no sólo lo que ve ante él sino lo que ve dentro de él (Friedrich).

Porque  el espíritu es  el que impregna, atraviesa y vivifica toda creatura;  la vida que está en los seres humanos es la vida que está en las plantas, los animales, la naturaleza, el cosmos. Y la vida, herida o no, en peligro o no, siempre será bella, porque la Vida es la esencia determinante de la naturalez de Dios Creador, de Dios Padre, de Dios Misericordioso que nos ama y nos ofrece la posibilidad de compartir su naturaleza hasta alcanzar la plenitud de la Vida realizándonos en el amor y en el bien.



María Jesús Sánchez de Ávila
Educadora, Magister en Teología
Autora de la Monografía "La Vida plena, herencia del Padre, en el Cristo Cricificado de San Plácido"
Colección Monografías y Tesis N° 4. PUJ- 2010