María Jesús Sánchez Vallinoto
Descubrí hace un tiempo que me gusta escribir, me gusta poner
en un papel lo que me gusta, o me inquieta, o me molesta. De vez en cuando
mando alguna carta a un periódico local y, curiosamente, han publicado más de
una. Será que lo que me bulle por dentro debe ser relativamente interesante
para más de uno; pero fundamentalmente escribo para mí. Para dejar constancia
de lo que siento. Podría reformular el famoso dicho: “siento, escribo, luego
existo”.
Llevo varios días pensando cómo concretar y seleccionar alguna
de las ideas y sentimientos que bullen en mi cabeza y en mi corazón. De pronto
me viene alguna idea muy general sobre la sociedad de consumo -a la que pertenecemos y alimentamos día a día con nuestras prácticas
consumistas- que va matando la Tierra,
este planeta hermoso que nos ha visto nacer, mientras la inmensa mayoría
hacemos muy poca cosa por remediarlo; también se me ocurre, en relación con lo
anterior, algo más particular acerca de los comportamientos diarios que debemos
cambiar -de manera imperativa- si queremos aportar un grano de arena a la
posible solución de los problemas que sufrimos con el cambio climático; incluso
me ronda la idea de darle un enfoque teológico a esta problemática planteando
nuevamente la necesidad de una metanoia
integral, de tal manera que los cambios en nuestros pensamientos, actitudes y
comportamientos respondan a un
compromiso vital con el medio ambiente desde la condición de creyentes en un
Dios Creador.
Desde otra perspectiva, más afectiva, me vienen ideas acerca
de una cultura que me ha enamorado toda la vida y que considero tiene una
relación con la creación digna de conocer y apreciar. Me refiero a la cultura
Islámica. Llevamos mucho tiempo bombardeados por los medios de comunicación con
imágenes sobre las revueltas, primaveras, ataques terroristas, yihadismos,
estado islámico y no sé cuantas palabras más, todas con connotaciones negativas
y violentas.
¡Qué pena con el Islam! Qué pena que una fe -cuyo nombre en
árabe viene de la misma raíz salam,
paz- y que nos propone la aceptación de la voluntad de Dios porque es Justo,
Clemente y Misericordioso, qué pena me da –repito-, que hoy en día tengamos
esta religión y esta cultura asociada a la muerte y la violencia.
Desde una perspectiva medio ambiental, me gustaría escribir
sobre la relación armoniosa y respetuosa del Islam con la naturaleza; descubriendo esta
relación a través de una mirada atenta sobre la arquitectura que desarrollaron los
musulmanes a lo largo del tiempo y del espacio, recogiendo usos de materiales y
técnicas en las que integraron todo un saber, un apreciar y un creer en un Dios
Único y Creador. Quisiera poder explicar cómo la arquitectura islámica valora la naturaleza de tal manera que la integra constante
y armónicamente en las construcciones, desarrollando magníficos jardines en palacios y mezquitas o pequeños patios interiores en viviendas
sencillas; de tal manera que el gran jardín o el pequeño patio se convierten de manera simbólica en una imagen idílica al
hacer presente en la vida cotidiana el destino final de los creyentes: una
tierra fértil, exuberante, con ríos, arboles, flores y frutos. Es decir, el
Paraíso.
Sin embargo, ahora, escribiendo en estos momentos sigo sin
estar segura sobre cuál de estas ideas es hoy mi fuente de inspiración. Picasso
ya nos avisó que la imaginación existe pero que nos tiene que “encontrar
trabajando”.
Hace algunos días fue asesinado un sacerdote en un pequeño
pueblo francés mientras oficiaba misa. Otra vez el despliegue de información. Nos
contaron que el asesino había gritado “allah
akbar”, es decir, era un terrorista musulmán. A pesar de que el Papa
Francisco dijo inmediatamente: “no hay guerra de religiones, hay guerras de
intereses” económicos y políticos, los medios de comunicación siguieron “dale
que te pego” con lo mismo (perdón por la expresión tan coloquial). Estado
Islámico para arriba, Estado Islámico para abajo.
Luego se ofició en la catedral de Rouen el funeral del
sacerdote asesinado. Y, ¡oh cosa curiosa! Los medios apenas nos contaron que
dirigentes religiosos musulmanes y creyentes musulmanes –además de otras
confesionalidades- participaron en la ceremonia religiosa católica. Las
imágenes se vieron en la televisión, pero pocos medios audiovisuales o escritos
subrayaron la importancia de ese gesto: Repudio a la barbarie venga de donde
venga; unión y fraternidad ante el dolor y la muerte. La mayoría no lo mencionó[1]. ¡Qué
triste! Qué responsabilidad la de los medios con esos silencios cómplices.
Este gesto de la comunidad musulmana me recuerda otro gesto; una imagen que vi en la
televisión hace un tiempo: emigrantes sirios besando la costa de algún
lugar del Mediterráneo oriental donde
tuvo la fortuna de llegar la balsa en la que se jugaron la vida huyendo de su
tierra destruida por la violencia de una guerra injusta y cruel. La noticia en
el periódico decía: “en cuanto toman tierra, los emigrantes sirios besan el
suelo”.[2] La foto del
periódico es una película en cámara lenta: saltar a tierra, besar la tierra,
alzar los brazos bendiciendo a Dios. Seguramente si la película fuera sonora
oiríamos la proclamación: “allah akbar”
(Dios es Grande). Y no son terroristas, son refugiados huyendo del horror y la
muerte, buscando la vida que la guerra (de intereses económicos y políticos de
otros) no les permite vivir en su tierra.
Sí, “Dios es Grande” y nosotros somos muy, pero que muy
pequeños. Más pequeños que el niño Sirio que nos hizo llorar a todos cuando su
cuerpo sin vida apareció una mañana ahogado en las costas de Turquía “besando
la tierra”[3]. Después
supimos que llamaba Aylan Kurdi.
Cuando miro su cuerpo sin vida
boca abajo, con sus labios pegados a la arena de la playa me atrevo a decir que
Aylan apareció “besando la tierra”; porque el viaje de esta familia siria, que se
inició huyendo de su tierra para buscar otra en la que vivir en paz, terminó en
una playa turca donde se inició la eternidad para este pequeño creyente en un
Dios Justo, Clemente y Misericordioso. Porque de alguna manera, ya fuera del
tiempo y del espacio, Aylan fue recibido en el Paraíso y seguramente, al
llegar, “besó la tierra” de ese jardín fértil y exuberante que lo acogerá por
siempre.
¡Cómo nos conmovimos todos ese 2 de septiembre de 2015! ¡Qué
titulares! “El cuerpo muerto de un niño en playa turca genera conmoción”, “Niños
ahogados, la imagen más horrorosa de la tragedia del Mediterráneo”, “Diarios
británicos llaman a Cameron a actuar rápido”. Parece que no oyó la llamada, porque casi un año después todo está igual: Niños, jóvenes y
adultos siguen “besando la tierra” en las costas, en las calles de las ciudades
sirias, iraquíes, turcas, afganas… destruidas por la guerra.
No, todo no está igual, está peor; ni siquiera está Cameron y ahora la
alabanza al Dios de la vida –según los medios de comunicación- es el signo de
ser terrorista.
Otro día estaré más ambientalista.
[1]
En Internet se puede ver cómo lo narran
El Tiempo, la agencia efe, Clarín, La Vanguadia, cnnespañol y aciprensa.
[3] http://www.larazon.es/internacional/varios-ninos-fallecen-ahogados-tratando-de-llegar-a-grecia-EF10620631#.Ttt133H64Q9H67s. 09,02, 2016
Fotos: http://www.eldiario.es y www.periodistadigital.com
Fotos: http://www.eldiario.es y www.periodistadigital.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario